Es
una promesa cumplida. Un viaje anotado largamente en la agenda de vivencias
pendientes que siempre llevo conmigo. Que se ha querido materializar en ese
momento mágico donde las gentes que pueblan este destino no viven ya en sus casas,
sino en sus calles llenas de sones para disfrute de propios y extraños. Los
pobladores y visitantes entonces, pasan a convertirse en nómadas sonámbulos
conducidos por cantos mágicos que salen de gargantas contaminadas de
sentimientos y alcohol. De vida. A modo de canto de féminas marinas, esas ondas
acústicas dan sentido a ese ir y venir de una masa ingente tratándose de
un engañoso Éxodo programado. No hay
salida. Realmente no se decide donde se va. Vas siendo llamado, e incluso sin
querer, tus pasos son dirigidos hacia esas intensas vibraciones armónicas.
Al
llegar a Cádiz estos mágicos días te das inmediatamente cuenta que Cádiz no es
sólo esa ciudad del Sur de Europa, de
España, de Andalucía, con sus propias coordenadas geográficas. No. Es más
que eso. Cuando paseas por sus calles, eso
que sientes pero que no puedes ver y te resulta difícil de explicar. Ese
sentir, ese latiguillo que recorre a modo de relámpago tu espina dorsal y pone
alerta cada poro de tu piel. Ese ancestral efluvio energético que embriaga tu
ser. Eso…es Cai.
Cai es, además, un intangible sueño que
habita en el interior de cada ser sensible a sus propias vibraciones que lo
hacen ser. Y ése es el sentido máximo de su existencia. Surge a la par desde
dentro de tu persona y es por este motivo que cuando se pronuncia casi sale
exhalado del alma. Cai no tiene
consonantes ni vocales. Suena a dulce pellizco. A libertad.
Atrapado
ya, Cai me sorprende a cada paso, en
cada esquina, en cada callejón de la ciudad en si. Es un sentir transmitido de
generación en generación. Que me sabe a cazón en adobo, tortillita de
camarones, puchero y pringá, a levante antiguo que lleva condicionando la vida de estas
gentes desde hace miles de años, a sol de playa, a tortilla de papas llena de
arena, a cuplés y pasodobles, a murgas y disfraz.
Ahora
estoy preparado para sentirlo y dejarme llevar, no me queda más remedio. El
tiempo se empieza nublar en una espiral que lo hace dilatarse, casi morir. No
hay día, tarde o noche. Queda poco de ti. Todo, todo, queda concentrado en tu
placer.
Cai te tiene y no te soltará. Para
cuando termine contigo todo te habrá parecido un sueño. El viaje dura una
eternidad efímera. Un santiamén infinito.
Volveré…
Las imágenes y los textos que aparecen en este blog son propiedad de Diego Ramos Lobato, quedando prohibida la reproducción total y parcial sin consentimiento expreso
del autor del mismo